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Si hay una afirmación que pueda hacerse sobre la humanidad, es que todos bailamos, puede que no lo hagamos “bien”, pero dudo que alguien pueda decirme que nunca en la vida ha bailado. Y es que el baile es tan antiguo como la raza humana: la entrega a la música crea una especie de éxtasis donde gozamos de un momento de intimidad con la sincronía de nuestros cuerpos. Pero, ¿por qué hacemos esto? Tenemos algunas certezas y es que, con mediciones de la actividad cerebral, sabemos que los recién nacidos esperan la continuidad de los sonidos rítmicos y los bebés de 10 meses, antes de poder hablar o cantar, espontáneamente bailan. Además, se ha logrado relacionar con la capacidad para imitar sonidos. Así, podemos encontrar que los pericos bailan, mientras los gatos y los perros solo nos miran perplejos mientras lo hacemos. En cuanto a la cultura, el baile contribuye con la sexualidad, la confianza y la identidad del grupo. Subjetivamente, disminuye el estrés y produce sensaciones de felicidad. Adicionalmente, es parte de tratamientos para el Parkinson, el autismo, la demencia y la depresión.
"Los bebés de diez meses, antes de poder hablar o cantar, espontáneamente bailan"
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